Pocos procesos son tan reveladores como el desarrollo de una identidad de marca, especialmente cuando detrás hay un equipo que trabaja con pasión y criterio. ¿Cómo saber si una marca está bien pensada? Aprendiendo de quienes realmente saben. Y si hablamos de branding bien hecho, Smith & Diction es un estudio que vale la pena mirar. Son los creadores de la identidad visual de Perplexity, entre otros proyectos increíbles.
Hace un tiempo descubrí una presentación donde cuentan cómo trabajan, y hubo una frase que me quedó grabada: “confiar en el proceso”. Ahí es donde se ve el verdadero valor del branding: en cómo se construyen, paso a paso, los elementos que después queremos ver reflejados en el diseño del logo, en los colores, en la comunicació pero sobre todo, cómo una marca puede transmitir nuestros valores e ideas, y generar ese puente emocional con quienes queremos que nos elijan.
No es un logo, es una forma de mirar el mundo
En un tiempo en donde todo parece estar a un prompt de distancia, es fácil pensar que cualquier diseño es bueno. Pero no. Las herramientas digitales como la inteligencia artificial ofrecen oportunidades, pero también demandan criterio. Y sin estrategia, hay muchas chances de frustrarse con los resultados.
Una buena identidad de marca nace desde la reflexión. No se trata solo de seguir tendencias, sino de crear conexiones reales. Eso es lo que diferencia al diseño funcional del branding de verdad. Se trata de entender a las personas que están del otro lado, ponerse en su lugar y diseñar desde ahí.
Smith & Diction lo resume con una idea potente: crean identidades para clientes imaginarios, para personas que no tiene miedo de arriesgarse, que buscan algo más que una solución estética. Porque el buen diseño no salva un mal producto, pero sí potencia uno excelente.
Empieza con preguntas
Detrás de una marca sólida hay una pregunta clave: ¿qué necesita realmente mi público? No lo que dice, sino lo que de verdad desea o espera. Una estrategia de marca bien planteada identifica eso, y lo traduce en decisiones visuales, verbales y emocionales.
Si alguien compra algo que no quiere, no vuelve. Eso fue una venta, no una construcción de marca. En cambio, cuando conectás de forma genuina, nace la lealtad. Eso es branding.
Entonces entra en escena un elemento clave: las emociones.
Branding es emoción: es pensar qué va a sentir la gente al ver tu logo, tu posteo, tu menú desplegable. Es diseñar desde ese lugar. Para esto es necesario realizar reuniones de estrategia, quizás hasta con vino, en un ambiente relajado, lejos de la computadora, tratando de imaginar qué sentiría nuestro cliente imaginario. Hablando de las cosas que nos inspiran y en qué nos parecemos o no a ellos.
En un mundo saturado de estímulos, si lográs que una persona se detenga dos segundos más sobre lo que vos tenés para ofrecerle ya lograste algo muy poderoso.
Los “movimientos” que hacen única a tu marca
Un buen branding no se reduce al logo y a la paleta de colores. Las marcas fuertes tienen lo que ellos llaman “movimientos”: elementos distintivos, formas de hacer las cosas, decisiones visuales que permiten reconocer la marca incluso sin ver el logo.
Por ejemplo, un menú desplegable, un cartel que dice “baño cerrado”, o un patrón visual repetido. Todo comunica, todo suma. Y eso se construye con intención, con coherencia y con una mirada que va más allá de lo obvio.
El branding es como cocinar todos los días
Una marca no es algo que se crea una vez y listo. Es como cocinar el almuerzo: todos los días tenés que prepararlo. Si tenés buenos ingredientes (logo, tono, tipo de letra, elementos visuales), mejor. Pero vas a tener que seguir cocinando igual. A veces con lo justo, a veces con todo. Lo importante es tener ganas de cocinar.
Si de verdad querés que tu marca llegue lejos, vas a querer tener diseños que hablen por vos, incluso cuando vos no estés.
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